Me levanto de la cama con la resaca de las carreras y el humo de ayer y me digo: “Voy a acercarme por la plaza, a ver cómo está el barrio”. Por el camino, mientras voy sacando la cámara de la mochila, una señora se dirige a mí: “¡Otra vez la están liando en la Plaza de Cabestreros!, ¡Sacadlo, que lo vea todo el mundo!”.
Enfrentamientos entre vecinos del barrio de Lavapiés y la policía tras la visita del embajador de Senegal. 16 de marzo de 2018.
Comienzo a correr cuesta arriba mientras pienso que, tal vez, esa señora no está de acuerdo con las protestas y ha buscado mi complicidad pues cree que trabajo para ‘ese tipo de medios’. Tal vez por eso no ha querido referirse a la Plaza Cabestreros por su nombre actual: Plaza de Nelson Mandela. Continuo, veo las lecheras, un periodista sostiene un micrófono a través de los barrotes de una ventana mientras un vecino dice desde dentro: “A ver, llevan aquí muchos años y nunca han dado problemas”. Entonces llego a la plaza y veo que la Policía se está retirando ante unas doscientas personas que les increpan. Caen dos o tres piedras. Al parecer, ha llegado el embajador de Senegal en un coche de lujo y se lo han tenido que llevar escoltado pues los senegaleses del barrio no han reaccionado muy amablemente a la visita. La cosa se tranquiliza un poco y entablo conversación con un gambiano al que ya había visto alguna vez por el barrio. Me habla sobre Mame Mbaye Ndieye: “Era artista, era mi amigo, muy buena gente, de esas personas que son buenas de verdad. Nunca se metía en problemas y ponía paz si se encontraba con algún conflicto entre vecinos. Jugaba conmigo al futbol en la cancha y también salía a veces a correr, muy fuerte y deportista. Después de 14 años en España, aún tenía que ganarse la vida con la manta. ¿Es eso democracia?”. Hablamos sobre la posible repercusión que tendrá esto sobre el proceso de gentrificación del barrio. Veo que hay alboroto en otro extremo de la plaza, un senegalés recrimina a unas periodistas de Telemadrid las falsedades que están contando.
Ellas no dejan de repetirle: “Claro, claro, pues cuéntanos tu versión y así la gente podrá conocerla”. Se me revuelven las tripas así que me voy. Poco después, un par de chicos que están por allí, escupen y empujan al periodista Nacho Pulido, de Cuatro, por tratar de dar una noticia mientras sostenía en la mano uno de los adoquines que los vecinos habían tirado la noche anterior a la Policía. Los dos chicos son blancos. Mientras el periodista aduce que en la noticia anterior había mostrado una pelota de goma lanzada por la Policía, varios negros del barrio le apartan para que la tensión no aumente. Un vecino se asoma a su balcón y grita: “¡Ningún ser humano es ilegal!” a lo que la gente de abajo responde coreando la misma frase. Los presentes de raza negra se agrupan en el centro de la plaza y, alternando el castellano con otros idiomas, convocan una protesta pacífica a las seis de la tarde. Me voy a casa para descansar un poco. Por el camino, una chica con una aparatosa rodillera y una muleta se cruza por la acera con un anciano, muy anciano, que camina apoyándose sobre un bastón y le dice: “¡Hoy vamos los dos igual!”. La chica sonríe: “Es verdad”.